Cómo escribir de pintura sin que se note

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20,00€

Quico Rivas

Prólogo: María Vela Zanetti. Epílogo: Juan Manuel Bonet. Edición: Eva Rivas y José Luis Gallero

Referencia: VAN-019
ISBN: 978-84-88020-48-2
Edición:
2011, Madrid
480 páginas
Distribuido por: Machado Grupo de Distribución y Les Punxes
19,00cm × 15,00cm
20,00€

 

Quico Rivas (Cuenca, 1953-Ronda, 2008) trabajó durante los últimos años de su vida en Cómo escribir de pintura sin que se note, una fulgurante recopilación de textos críticos cuyo declarado propósito estriba en “mirar a través de la pintura como si fuese una pantalla translúcida... Escribir de pintura con la misma actitud que se visita a un amigo”. En las páginas preliminares, María Vela afirma: “Ésta es, en realidad, su colección privada, una galería de retratos morales, más que un conjunto de críticas de arte... Esto que tenéis aquí, reconocedlo, es el autorretrato acabado de Quico Rivas”. Juan Manuel Bonet anota en el epílogo: “Brilla a lo largo de todo el volumen el estilo inconfundible de Q: divagatorio, paradójico, eléctrico, elíptico, de corrosivo humor, narrativamente eficaz”. Maestro de la exploración biográfica aplicada a la crítica de arte, las mejores páginas que Rivas dedicó a recrear el trabajo de incontables creadores se articulan en este libro como episodios de un mismo relato imprevisible: el de su propia vida. Francisco de Rivas Romero-Valdespino (1953-2008) desplegó la mayor parte de su polifacética actividad —que desde las artes plásticas, la música y la literatura deriva paulatinamente hacia la agitación política— entre dos ciudades, en cuyos respectivos renacimientos culturales de las décadas 1970 y 1980 jugó un papel decisivo. En Sevilla, donde se inicia como crítico de arte a los dieciséis años, participa en la fundación de colectivos (Equipo Múltiple) y centros de creación (M-11). En Madrid, publica en infinidad de diarios y revistas, se implica en la organización de memorables exposiciones (1980; Madrid, Madrid, Madrid...), propulsa el trabajo de diversos creadores, ahonda en su interés por la antipsiquiatría, el mundo penitenciario y la bohemia histórica, crea colectivos de inspiración situacionista (Margen) o anarcofuturista (El Refractor, La Infiltración), se convierte en editor y más tarde en promotor de bares legendarios (Cuatro Rosas, La Mala Fama). En medio de su frenético quehacer, entreabre largos paréntesis en lugares como Grazalema (Cádiz), Formentor (Mallorca), La Palma (Islas Canarias), Sierra de Guadarrama (Madrid) o L’Escala (Costa Brava), donde pinta, investiga, escribe novelas y poemas o simplemente convalece. “Como el yonqui o el ludópata, también el artista es un adicto, y no sólo en sentido figurado. Su dependencia es, además, irreversible: no puede desengancharse; su grandeza, caso de alcanzarla, radica en la capacidad para transmutar los conflictos íntimos en energía creadora”. Sustentada en una visión profundamente innovadora, su escritura transforma la crítica de arte en género literario autónomo, en cuya trama convergen lo poético y lo político, lo filosófico y lo novelesco, la ética y el humor. El itinerario vital de Quico Rivas, repleto de inusitadas aventuras, tuvo el efecto indeseado de eclipsar sus escritos, dispersos hasta ahora en innumerables publicaciones, revistas y catálogos. Cómo escribir de pintura sin que se note inaugura a título póstumo la bibliografía de un autor que a lo largo de toda su existencia hizo lo imposible por permanecer inédito.

 

“... Fueran cuales fueran sus andanzas —y en efecto a menudo nos parecía a sus amigos que él hubiera preferido ser un hombre de acción, alguien curtido en mil empresas peligrosas—, solo ambicionó disimuladamente, sin que se notara demasiado, convertirse en un gran escritor. De manera que el título de esta antología estupendamente urdida por José Luis Gallero y Eva Rivas, tal vez no debería ser el que propuso el propio Quico y finalmente ha sido, sino otro más corto y contundente: Cómo escribir sin que se note, pues efectivamente muchos nos preguntábamos cuándo tendría Quico tiempo para hacerlo, atareado como estaba en simular ser alguien completamente absorbido y atrapado por una vida turbulenta... Fue probablemente esa exigente fantasía juvenil, esa esforzada dedicación a parecer lo que no le acababa de convencer, ni mucho menos de satisfacer, la causa de la fama que echó de no acabar lo que se había comprometido a escribir, y dar incluso la espantada. Nada tan lejos de la verdad; por el contrario, Quico escribió más que el Tostado, como antiguamente se decía... Si alguna vez dejó sin cumplir lo prometido, en modo alguno fue por pereza, ni tampoco por estar ocupado en cosas mucho más atractivas de pronto para él que aquellas a las que se había obligado irreflexivamente, sino por un afán de excelencia en la escritura. De suerte que quienes alguna vez le encargamos un texto para el catálogo de una exposición y sentimos que nos había dejado colgados, teníamos una solución mejor que subirnos por las paredes: aplazar la exposición hasta que llegara el texto imprescindible de Quico. Estoy casi seguro de que esa impaciencia nuestra echó a perder algunos de sus mayores logros literarios... Pero volvamos al libro de Quico que acaba de publicar Árdora. No voy a entrar en cuáles de los textos ahí reunidos me gustan más, aunque sí os diré que a veces son los que tratan de artistas que me gustan poco o nada, que naturalmente no voy a nombrar, no sea que estén presentes y la tomen conmigo. Ya os dije hace un rato que hay en el título algo que me sobra y a muchos os habrá desconcertado e incluso irritado: ¡nada más y nada menos que la pintura...! Pero, ¡ojo!, que no quiero decir que la pintura sobre porque a Quico le pareciera falta de interés, sino porque había pintura de sobra en su cabeza y en su corazón; porque iba Quico tan sobrado de ella, que prefirió hablar de quienes la practicaban, los pintores, dándola así por supuesta. El libro trata sobre todo de ellos, de sus idas y venidas, de sus tejemanejes, entrecruzados y enmarañados con los del propio Quico. Trata, por decirlo del modo mejor que se me ocurre, de las vidas y milagros de muchos pintores. Quico tuvo buena mano —la mejor— para un género que a los modernos historiadores del arte les pone de pésimo humor: la biografía de artistas, que alcanzó su plenitud en el siglo XVI con Le Vite de Giorgio Vasari y no ha dejado nunca de regocijarnos, incluso en el siglo XX... La inquina de los historiadotes del arte, que están dispuestos a hablar de cualquier cosa, menos de nada que implique precisamente bios, vida, ya sería suficiente para mirar con simpatía ese género decaído de las vidas de artistas. Pero hay alguna otra razón de peso para reivindicarlo: la razón casi insuperable para decir algo inteligente e inteligible sobre la pintura misma... Y la verdad es que, ¿cómo podríamos entrarle a la pintura que no sea por quienes portan sus vicios y sus virtudes como algunos santos sus estigmas? Así que —bien pensado— el título de este libro era el adecuado, pues, en efecto, en él se habla directa o indirectamente de pintura. Hecha carne —eso sí— en las vidas y milagros de los pintores... Hay que ser muy observador y estar muy atento para lograr que unas pocas cosas oídas o vistas aquí y allá de la vida de un artista se constituyan en la única clave verosímil del enigma que siempre implica su obra. Pero hay que ser además generoso y afectuoso, todo corazón. Aquello que proclamó Quico al comienzo de su carrera como crítico de arte —es un decir— de que él no hablaba bien de un artista porque fuese amigo suyo, sino que procuraba hacerse amigo de los artistas que le gustaban, pone de manifiesto que lo que escribía era siempre un acto de simpatía; y de ahí su creciente incompatibilidad con la crítica de arte, a la que no se suele juzgar tanto por lo que pone por las nubes, como por lo que arrastra por el fango... Pero voy a acabar, y fatalmente una vez más conmigo de por medio. La última vez que vi a Quico, mientras preparaba aquella exposición aquí en el Reina Sofía sobre Los fantasmas de Madrid, que luego sin él tomó otro cariz, apareció en mi casa con una grabadora —le encantaban esos alardes de profesionalidad— y empezó por preguntarme: ¿Por qué crees que perdimos el poder que a finales de los setenta teníamos en el mundo del arte?No recuerdo qué le respondí exactamente, pero confío en que aproximadamente fuese lo que ahora que he leído este libro me parece más procedente que nunca: ¿Quieres saberlo? Es muy sencillo... ¡Porque aspirábamos a muchísimo más...!'"
[Ángel González García, extracto del texto de presentación del libro; Centro de Arte Reina Sofía, 15-XII-11]

 

 

 

 

"Quico Rivas fue un crítico silvestre, un auténtico fan de la pintura y del flamenco, pletórico de afición en ambos casos, un enganchado a la vida que ejerció una crítica subjetiva y apasionada. Amigo y cómplice de los pintores, a quienes defendió de las embestidas de las corrientes conceptuales y objetualistas, se interesó no solo por la obra y los artistas, sino por el entorno existencial, involucrándose personalmente en él. Ahora se publican sus escritos, que muestran un escritor entusiasta, con una vena anarquista, antiteórica y polémica que se manifiesta en una voluntad literaria que desborda el género de la crítica de arte para adentrarse en el campo de la narración, de aquí que más que críticas sus escritos son divertidas historias protagonizadas por pintores, pero sin pretender que se note mucho que la cosa va de pintura... Sus artículos, que poseen una gran calidad literaria, son el testimonio de un tiempo y el reflejo de un ambiente, el de la movida de Madrid, el de la pintura de los ochenta, el de la bohemia noctámbula, por eso el libro se lee con el placer que proporciona lo escrito con autenticidad y ambición literaria”.
[Javier Maderuelo, “Quico Rivas, un crítico más allá de la crítica de arte”, El País, 10-XII-11]

 

 

"Tenía estilo, sabía escribir, perdón por decir algo que puede parecer una chorrada, pero que en periodos de mediocridad pasmosa merece la pena subrayar. Volver a leer sus textos es, sin ningún género de dudas, una experiencia que proporciona un placer análogo al de beber un vino “gran reserva”, pero sobre todo devuelve, para los que tuvimos la suerte de conocerle, un tono, un acento, una gracia, insisto, que acaso sea el modo más admirable de la inteligencia".
[Fernando Castro Flórez, "Quico Rivas, genio y figura”, arndigital, 19-XII-11]

 

 

 

"Muchos de estos textos, que son una brújula de lo que ha sido el arte español de los últimos treinta años, aparecen ahora reunidos en un volumen con prólogo de María Vela Zanetti y epílogo de Juan Manuel Bonet. De los que andaban por la senda de la crítica en su generación, fue sin duda el más audaz, el más activo, el más salvaje, el más suicida. \"La suya es una manera de contar a medias entre el relato fabuloso y la investigación detectivesca, con resonancias de romancero y que se pone culta y sabihonda cuando menos te lo esperas\", sostiene Vela Zanetti en un luminoso texto que es radiografía intelectual de Rivas y recuento de noches sumadas. El arte en España desde finales de los 70 queda muy mermado si no anida en su bibliografía, en su estela mutante el olfato de Quico Rivas".
[Antonio Lucas, “Quico Rivas, un crítico más allá de la crítica de arte”, El Mundo, 31-XII-11]

 

 

"Si tuviera que elegir un crítico entre los críticos que han escrito el arte español de las últimas décadas, no dudo ni un segundo en señalar a Quico Rivas. Y digo bien escrito, porque Quico Rivas, además de arte, sabía, por encima de todas las cosas, escribir con pluma periodística lo que otros colegas emborronaban con farragosos discursos. Rivas falleció en 2008, a la edad de 55 años, y este libro reúne una selección de textos suyos que van del año 1979 al 2002, por los que aparecen artistas de todos los tiempos y todas las horas: Maruja Mallo, Barradas, Dokoupil, Oehlen, García-Alix, Bonifacio... Mención especial merecen también el prólogo de María Vela Zanetti y el epílogo de su compañero de andanzas y sinsabores durante muchos años, Juan Manuel Bonet".
[Laura Revuelta, ABC Cultural, 11-II-12]

 

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