La mitad del trabajo de un poeta es atención. No hay nada demasiado pequeño, rápido, leve o insustancial para que no lo observe detenidamente. Y es que, precisamente, lo insignificante destella de significados. Más allá -o habría que decir más acá- del juego de palabras, en todas esas minucias se expresa el mundo en su lengua materna. Son el material mismo de la vida, que pasa mientras la estamos esperando en lo que llamamos “grandes momentos”. La poesía cotidiana de Ferrando está tejida con los hilos del arte de acción -que dota de dimensión artística los actos comunes-, y teñida de una cierta filosofía oriental -que afirma que la trascendencia es la conciencia pura de lo inmanente-. Además, es una partitura de experiencias sutiles, que podemos interpretar nosotros mismos.
Bartolomé Ferrando (Valencia, 1951), heredero de las doctrinas de Allan Kaprow y John Cage, ha desarrollado una extensa trayectoria en la experimentación artística, combinada con su labor de profesor de performance y arte intermedia en la Facultad de Bellas Artes de
Valencia. Ha publicado también en Árdora: Arte y cotidianeidad. Hacia la transformación de la vida en arte. (2012).
