«Mi mayor aspiración sería ayudar a la gente a redescubrir el placer de vivir en una ciudad donde nadie te fuese dando empujones sónicos ni sonoras bofetadas, y ello como paso previo para habitar mejor el mundo», declara este músico heterodoxo que ha hecho sonar las campanas de más de ciento cincuenta ciudades del mundo. Creador de una obra en la que el papel activo del receptor juega una importancia clave, Llorenç Barber (Aielo de Malferit, Valencia, 1948) plantea en estas conversaciones –didácticas, divertidas y a menudo muy críticas– un debate largamente pendiente sobre la música contemporánea española. Su interlocutor, Chema de Francisco (Madrid, 1969) es coautor de Vanguardias y vanguardismos ante el siglo XXI, libro de conversaciones con Fernando Millán, publicado en esta misma colección. Como señala el musicólogo Rubén López Cano, la reflexión sobre la escucha es el agente fundamental de la poética de Barber, «pero no como proceso psicofisiológico, sino como verdadera aventura creativa; una poética de la escucha que pugna por elevar la audición a una de las bellas artes».
“El placer de la escucha: este título resume por sí solo el propósito de Llorenç Barber. Y lo que se propone, tal y como lo expone al principio de su admirable diálogo con Chema de Francisco, se inscribe en una larguísima línea de pensamiento sobre el arte en general, así como sobre el arte de los sonidos en particular. Caso de tener que ponerle un nombre a dicha línea de pensamiento, propondríamos el de hedonismo ... Es a Cage a quien Barber debe el haber optado por una concepción radical de la escritura: todo lo que oímos es música; basta con escuchar una sonoridad para que ésta sea música. En lugar de recurrir a los pensamientos, a las emociones de un compositor, de ahora en adelante pondremos en juego la experiencia del oyente. Al apoderarse del espacio urbano, Barber apunta hacia el espacio-tiempo de un gentío, de un pueblo. Y ésta es la dimensión ontológica, más que estética, que Llorenç ha ido forjando con toda serenidad y de forma metódica. Con sus conciertos de ciudades, ha sabido asumir las consecuencias de una actitud de no actuación que le debe todo a John Cage, pero de manera paradójica: sin en el fondo deberle nada, porque lo reinventa". [Daniel Charles; texto de presentación del libro en La Casa Encendida, Madrid, 11-11-03]